La 9. Rímac - La Marina - Los Olivos. Tremendo vueltón. Por suerte parto del Rímac y mi destino es Lince. Igual son cuarenta minutos. Llevo mi emepetrés de ciento veinte canciones que me regalaron mis hijas pero piña, la pila murió.
Me viene a la mente aquel apunte sobre las horas que pasamos viajando en microbús. De toda nuestra vida en promedio pasamos cuatro años a la mitad de nada, en estas unidades que se resisten a morir.
Sea pues. Hay varios asientos vacíos. Me dispongo a pestañear de cuando en cuando, tal vez tararee en mi mente algunos de esos emepetrés que no sonarán hoy, tal vez me entretenga viendo chicas, traseros, tetas, ojos, en ese orden. Existen grandes ofertas para la vista, buenas y de las otras.
Apenas han transcurrido cinco minutos desde que subí, y de pronto de reojo veo que asoma una pareja de viejos tambaleantes, tropezando con algunos pasajeros. Dos ciegos pensé al toque. Pero él se queda de pie y ella avanza para tomar asiento. Fácil entre los dos suman siglo y medio.
Él inicia su discurso mencionando algo sobre su ceguera y nos advierte que su señora allí presente pasará a recibir las colaboraciones en cuanto termine de cantar un par de canciones para levantar el ánimo. Arranca con una canción cristiana pero muy alegre, casi reguetonera, contrastando con su aspecto pobre, apenas abrigado, y con los lentes negros de rigor.
Voy con las justas en el sencillo y de pura suerte para ellos me sobran veinte céntimos que decido aportar inmediatamente. La verdad que casi nunca doy dinero porque son tantos los cantantes, vendedores, magos, ex-drogadictos, vegetarianos, naturistas, portadores de recetas, turistas por accidente, despedidos de hace diez años, etc. que mi razón me indica que no puedo ayudar a todos y así la batalla de la misericordia está perdida en mi flaco bolsillo.
Claro que esta mañana se ve diferente, entusiasta, no sé si por mí o por la pareja de aparentes ciegos: los dos llevan lentes oscuros pero ella lo guía y recoge el óbolo. Tal vez en el siguiente micro inviertan los papeles, cómo será. Pero el detalle que me sorprende es la vestimenta de ellos, algo estrafalaria, limpia pero discordante, como la mezcla de varias modas y colores, de muchos años, y sobre todo la chaqueta marrón de ella, cual motociclista, con la inscripción grande en la espalda:
SURF NOW
WORK LATER
WORK LATER
La frase me transporta inmediatamente a Hawai, escucho a los Beech Boys, hincho por la Mulánovich. Imaginarme en un gran tubo y posponer el trabajo indefinidamente, lo que dure el infinito tubo. Soñar no cuesta nada. Ni siquiera veinte céntimos.
Los baches y las frenadas me traen a la realidad, la espalda de ella se aleja, ya van a bajar, agradecen y bendicen a todos, la frase pierde sentido, los veinte céntimos de muchos pasajeros se bajan con ellos, y por tres o cuatro minutos el mensaje de las canciones cristianas lucha por hacerse carne en esta fría mañana de mayo.
Los minutos y la reflexión se hacen añicos porque acaba de subir un ex-presidiario y ya empieza con su rollo, entre amenazante y perdonavidas. Piña por él, estoy con las justas para el pasaje.
Y esta vez no miento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario